No entráis jamás!!
“Entrad
aquí, sed bienvenidos y medrad todos, nobles caballeros, pues éste es el lugar
al que llegan bien las rentas, con las que se puede mantener a millares de
vosotros, grandes y chicos. Seréis mis familiares exclusivos: rozagantes,
festivos alegres, lindos, en general, todos gentiles compañeros…”
escribió nuestro buen amigo Rabelais. Y su escritura no fue en vano o si acaso
inocente, ¡no!, al contrario… su escritura es un dardo impoluto del veneno de
la genialidad que nos permite, como seres humanos, invitar al des-conocido,
medrar con él, conocerle, increparle, amarlo, incluso. Nos llama nobles caballeros a aquellos que
hemos despertado de las tinieblas, que no soportamos la injusticia ni la
maledicencia… aquellos que, de algún modo, somos virtuosos. En suma, Rabelais
os habla amigos, porque son ustedes para mí eso, más que eso… son inspiración,
reto, alegría, enojo, pero por encima de todo son humanos, quizá, demasiado
humanos o como quisiera expresar nuestro autor: MI FAMILIA.
Todos los seres humanos en
algún momento tenemos que frenar este tren llamado vida… todos los seres
humanos debemos intentar conjugar esa odiosa disociación entre el corazón y la
razón, pero sobretodo, como en las ficciones borgeanas, tenemos que aprender a
mirarnos al espejo hecho de arena, y reconocernos débiles, cansados e incluso
obsoletos, y perdedores, como Werther. Debemos aprender a razonar, a ser
rozagantes como nos dice el francés, pero también a darnos cuenta que nuestro
rostro palidece, que nuestro espíritu languidece y que no somos más que un
juego que, tal vez un dios, o un motor inmóvil (según Aristóteles) puso en
juego en este tablero que se llama vida, y que muchos han querido convertirlo
en un azar, que algunos aprovechan para sacar incluso lo mejor que puede tener
un ser humano: LA ILUSIÓN. Una vez muere la ilusión, ya no podremos ¡JAMÁS!
aceptar el llamado a viandar amablemente junto a Rabelais. Una vez aceptamos la
dominación y la inoculamos en nuestro espíritu perdemos lo que nos constituye
como humanos, nuestra LIBERTAD de ser o de no ser, de creer o de no creer, la
libertad de soñar, de experimentar, de sentir, de tener ILUSIONES. Es así que nos reconocemos débiles, cuando
tenemos el rostro, inefable lienzo de la tristeza, en el lodo, en el sucio pero
reconfortante lodo del cual, no siempre, debemos ponernos de pie, o al menos no
tan rápido. No debemos alejarnos del lodo de un brinco, pues sus texturas quizá
algún día no las vuelvas a sentir, su aroma, quizá un día no lo vuelvas a
vivir, su sabor, a tierra viva, sabrosa, espesa, gruesa, pesada, amante,
virtuosa, no lo vuelvas a experimentar, porque, al fin y al cabo, el único que
huele rancio al morir es el hombre, el hombre que ha perdido su ilusión y que
ya jamás será invitado a entrar a la abadía de los Thélemitas.
“Aquí no
entréis, usureros avaros, ávidos siempre de atesorar; ladinos holgazanes,
encorvados, chatos que os contentaríais con meter mil marcos en el bacín. No os
cansáis, perezosos del rostro flaco, de meter en el capacho el dinero que
amasáis” también nos decía el satírico francés. Justo ante ellos radica
nuestra afrenta, junto por ello nuestras razones se mantienen erguidas con
orgullo, blasón de nuestra existencia, sólo por su existencia se justifican
nuestras ILUSIONES. Ante el tirano, ante el holgazán que nos avasalla, ante el
líder que te desconoce como humanos, como persona, y como familia, pues es lo
que es la humanidad. Entonces, nuestro romanticismo, lejano muchas veces de la
razón, se justifica, pues somos nuestras viseras, nuestro hígado, que regurgita
contra la opresión. Somos eso y más. Somos el llanto de las madres de la plaza
de Mayo, y de las de Bojayá y Piendamó y San Carlos. Somos el llanto que un día
simplemente oscureció mi alma y me convirtió en un ser turbio, oscurso,
aburrido, misantrópico. Ese llanto que me logró borrar la sonrisa que hoy,
tímidamente regresa, porque permití, siempre con la ilusión de no dejar de ser
yo mismo, que aquellos ¿acaso humanos? a
los que se refiere Rabelais y su oprobio, tocaran mi alma, mis fibras más
sensibles y dejaran que de mi rostro se desprendieran un par de lágrimas… de
impotencia, de cansancio, de aburrimiento. Pero basta, como diría Rabelais, ¡aquí no entráis!, al menos no otra vez.
Pero como dice el grupo
español, cualquier noche puede salir el sol, y hoy simplemente ha mostrado su
esplendor. No estráis digo, y no entrásis más. Sucederán un millar de cosas,
día a día, y habrá siempre un caudillo queriendo decirnos cómo pensar. Habrán
miles de patrones, de gobernantes, de dictadores… habrán muchos que nos harán
morder el polvo, que nos harán regodearnos en el lodo y tragar sus eses. Ese, muchas
veces es uno mismo.
Habrá muchos más que nos
pretendan dogmatizar con “buenas intenciones” y habrán más que quieran modelar
nuestra existencia, a cualquier nivel. A aquellos, y que bien claro quede,
debemos escuchar pacientemente y no mirar, ni ver, sino observar, para
aprender, bien lo que nos agrada de ello, o lo que no queremos ser, porque
siempre habrá un gladiador que, aún encadenado, reciba una puñalada mortuoria
y, aún así, batallará hasta el final del oprobio.
Hoy, y no misteriosamente,
el barco no surcará el río Estigia y menos aún, será conducido por Caronte. Hoy
el barco parte con otro rumbo desconocido y, sepan ustedes que no le temo a lo
desconocido, porque genera expectativas, ansias, nervios, ganas. Tampoco le
temo al tirano, de quien ya conozco su oprobio, su maledicencia, su
perversidad. Le temo a quedarme anquilosado, a no querer cambiar, a considerar
que el barco ha llegado al puerto al que debía llegar, pues la LIBERTAD no
tiene fronteras, por lo cual no tiene un puerto al que vas a llegar, como el
cielo o la supuesta salvación por un sistema económico que, como quiera, será
la condena del ser humano. Le temo a no viajar por las mentes de esos grandes
personajes de la historia que nos han legado, al menos una palabra. Por eso me
despido con una palabra, con el mayor amor del mundo por mi profesión, por ustedes, por mi vida
y por la LIBERTAD, el único bien inalienable que al hombre le queda.
Más que orgulloso de
haberlos conocido y de compartir más de una palabra con ustedes…
Cordialmente
Yo
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