MISTERIO DE LA NOCHE




Me desperté estaba tirado sobre las sábanas cuyo orden no dejaba lugar a  la suposición. Ella, ya no se sentía en el ambiente, simplemente había partido sin mayor noticia que una servilleta marcada con labial rojo escarlata y un mamarracho que bien podría parecer un beso y con un lápiz de trazo fino decía: “¡Gracias. Por favor cierra la puerta al salir! No me llames”

Una vez me duché con agua caliente, tratando de recordar lo que había sucedido en la noche que ya había pasado, salí de su apartamento como si hubiera cometido un pecado. No sé por qué pero me sentía extraño. Lo que si es seguro es que no conocía a aquella mujer cuyos aretes reposaban en la repisa del baño,  hermosos y brillantes, tan hermosos como ella. 


El aspecto de su vivienda me hacía pensar que era una persona sobria pero de buen gusto, sencilla pero refinada. Me encanta como huele su alcoba, por lo que me permito husmear hasta dar con la fragancia cítrica que tengo impregnada en mis fauces. Mientras tanto yo, trato de descifrarme en el espejo de la sala de su casa. Ya no soy yo, soy otro, ya no soy más el hombre adusto y mustio que se encontraba enconrvado sobre la extensa barra del bar al que ella asistió sin mayor pretención. Entre lo poco que recuerdo, fue que bailamos una canción llamada “songo y guajira” y me llevó fácilmente hasta las estrellas. 


Sigo sintiendo la misma sensación extraña con la que me desperté, es como si algo dentro de mí hubiera cambiado, ya no soy el mismo. Definitivamente no soy el mismo. Tengo clavada en mi frente su mirada, en mi olfato su aroma y en mi pecho la sensación de haberla tenido junto a mi. -Si esto es un sueño no quiero despertar-, pensé mirándome frente al espejote de la entrada.


Siento la imperiosa necesidad de encontrarla. ¿A dónde fuiste? 


Son las 11 am. Es  muy temprano para volver al bar a buscarla así que debo hacer algo para pasar el tiempo. ¿La volveré a ver algún día? -me pregunté- sabiendo que la respuesta puede ser negativa. Su recuerdo invade cada segundo mi quehacer... Su cabello largo y negro moviéndose al son de la música y entrelazándose en mis dedos es una sensación que, aunque quisiera, no podría olvidar. Pasa la tarde y decido ir a la biblioteca, único lugar en el que los pensamientos son blindados. Mientras leía a Goethe pensaba cómo podría llamarse. -¿Juliana? no, no lo queda. ¿Tal vez Andrea? puede ser, pero no creo! Luisa, quizá... no, ya conozco muchas.


Salgo de aquel hermoso lugar ubicado en el centro de la ciudad y camino en sentido oriental por los espejos de agua que dibujó un gran arquitecto. Incluso allí la veo. Mientras observo cómo las larvas que el agua putrefacta de la putrefacta ciudad ha generado, y mientras pienso cómo algo tan hermoso, digno de una calle parisina se encuentra en tal estado de dejación, siento una presencia que se acerca con tal grado de suavidad que si me muevo puedo fracturar el momento.


Me agrada la lejanía no planeada, porque las aguas tranquilas siempre me han ayudado a recuperar la paz interior cuando la siento huidiza. De repente, me sorprende  la sensación de una presencia cercana que no logro identificar. Es ella. Sé que es ella. Siento que es ella.
¿Cómo has estado...? -digo titubeando y haciendo una larga pausa tratando de recordar su nombre - ¡Helena! Me dice mirándome fijamente a los ojos. -Helena- pensé en los hermosos versos de Homero que tanto han menguado mis tardes y mis noches, menos la que estuve junto a ella.

A veces vengo a este lugar a saber quién soy, a preguntarle a la vida hacia dónde voy y por dónde voy. Algún día este lugar -me confesó con sus ojos inundados de emoción- me dijo que encontraría a una persona singular, cuya vida sería absolutamente contraria a la mía...decía.

Mientras marmullaba sus pensamientos yo trataba de hilar los míos en una red que me permitiera saber que no estaba soñando. Pensé en los dioses de la antigua Grecia y sólo se me ocurrió Eros, no Zeus ni Poseidón, ni Gea ni Hera, Eros. Mientras veía danzar sus labios al ritmo de sus palabras lograba ver al final de la montaña y  en los espejos de agua Salmonezcos que la naturaleza dibujaba, cómo la tarde empezaba su ocaso y cómo yo me iba conviertiendo parte de ella y nosotros parte de la noche.


Esta es una nueva noche, ¿despertaré a su lado?

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